El comienzo de esta serie sobre la concepción de “mesías” en el judaísmo que nuestro interés primordial es reflexionar si el posible mesianismo de Jesús en caso de que el menos al final de su vida se considerara como tal, de lo que muchos estudiosos albergan dudas implicaba o no que él creyese que comportaba al menos cierta condición divina. Y como no tenemos textos directos en el Evangelio para responder a esta cuestión con toda seguridad, debemos tornar nuestro ojos al judaísmo de la época de Jesús y un poco anterior para ver qué es lo que pensaban los judíos acerca de aquellas personas a los que de algún modo habían aclamado como mesías de alguna manera.
En El Antiguo Testamento no hay mesías. Y nos parece que esta afirmación se acerca a la verdad. Sin embargo, hay dos casos en la época postexílica, en concreto a partir del 539 a.C. en el que el uso empieza a acercarse a lo que podría ser la concepción un mesías rey poterior: el de Ciro el Grande, que no es ni siquiera judío y el de Zorobabel, el último vástago de la rama de David. Pero el que a estos dos personajes se les designe en alguna ocasión con el vocablo mesías, nos señala con nitidez como el que ejerce esa función es un puro ser humano, por mucho que su “contacto” con la divinidad sea sobresaliente. Como la tradición judía, Ciro el Grande, persa de nación, de la estirpe de los aqueménides, conquista Babilonia en el 539 a.C., después de haber derrotado a los lidios; su monarca más era el proverbialmente excesivo y rico Creso. Por necesidades u oportunidad política, Ciro adoptó una política de tolerancia religiosa para con los diversos pueblos de su extenso imperio, para que al menos en ese flanco no hubiera tensiones él.
En el ámbito de esta política Ciro decidió permitir a sus súbditos judíos, los aqueménidas, al conquistar Babilonia se hicieron dueños automáticamente de Israel, que estaba bajo su soberanía desde la caída de Jerusalén en el 587, la reconstrucción de las murallas en la capital de la provincia de Judea, la reconstrucción del Templo de Jerusalén, que existía en semirruinas, y la devolución de los objetos sagrados del Templo de Jerusalén, transportados a Babilonia como señal de dominación.
Así dice Yahvé a su ungido (“mesías”) Ciro, a quien he tomado de la diestra para someter ante él a las naciones y desceñir las cinturas de los reyes, para abrir ante él los batientes de modo que no queden cerradas las puertas.
Podríamos calificar, pues, de “esperanzas mesiánicas” las expectativas de retorno de los exiliados a la tierra de Israel. Pero la figura del”mesías” se aplica un rey, un ser humano, además un gentil, no judío. De alguna manera Ciro fungía el cargo de verdadero “pastor” del pueblo de Israel, al que se le permitía el retorno a la tierra.
Pero es claro que el “mesías” es un simple ser humano. Lo mismo ocurre con Zorobabel. Cuenta Paolo Sacchi en su Historia de Israel en la época del Segundo Templo (Trotta, Madrid, 2004, p. 51) que “Sesbasar, hijo de Joaquín, ocupaba el trono de Judá como rey vasallo cuando Ciro invadió Babilonia.
Por lo tanto, se considera a sí mismo el cumplimiento del Judaísmo, al ser Jesús el Mesías predicho por los profetas judíos. El Mesías vendría al mundo para restaurar la relación humana con Dios. Cuando Israel rechazó al Mesías, Dios extendió las bendiciones del Mesías a las naciones no judías (Los Gentiles). Este rechazo fue predicho antes de que Jesús naciera, y también la aceptación de Jesús en un futuro. Jesús fue identificado como “a quién fue traspasado”, vino al mundo para sufrir y morir por los pecados del mundo, y vendrá nuevamente en gloria y poder para reinar sobre las naciones. En el fin de los tiempos, las naciones pelearán contra Israel, y éste proclamará a Jesucristo como su Mesías.
En El Antiguo Testamento no hay mesías. Y nos parece que esta afirmación se acerca a la verdad. Sin embargo, hay dos casos en la época postexílica, en concreto a partir del 539 a.C. en el que el uso empieza a acercarse a lo que podría ser la concepción un mesías rey poterior: el de Ciro el Grande, que no es ni siquiera judío y el de Zorobabel, el último vástago de la rama de David. Pero el que a estos dos personajes se les designe en alguna ocasión con el vocablo mesías, nos señala con nitidez como el que ejerce esa función es un puro ser humano, por mucho que su “contacto” con la divinidad sea sobresaliente. Como la tradición judía, Ciro el Grande, persa de nación, de la estirpe de los aqueménides, conquista Babilonia en el 539 a.C., después de haber derrotado a los lidios; su monarca más era el proverbialmente excesivo y rico Creso. Por necesidades u oportunidad política, Ciro adoptó una política de tolerancia religiosa para con los diversos pueblos de su extenso imperio, para que al menos en ese flanco no hubiera tensiones él.
En el ámbito de esta política Ciro decidió permitir a sus súbditos judíos, los aqueménidas, al conquistar Babilonia se hicieron dueños automáticamente de Israel, que estaba bajo su soberanía desde la caída de Jerusalén en el 587, la reconstrucción de las murallas en la capital de la provincia de Judea, la reconstrucción del Templo de Jerusalén, que existía en semirruinas, y la devolución de los objetos sagrados del Templo de Jerusalén, transportados a Babilonia como señal de dominación.
Así dice Yahvé a su ungido (“mesías”) Ciro, a quien he tomado de la diestra para someter ante él a las naciones y desceñir las cinturas de los reyes, para abrir ante él los batientes de modo que no queden cerradas las puertas.
Podríamos calificar, pues, de “esperanzas mesiánicas” las expectativas de retorno de los exiliados a la tierra de Israel. Pero la figura del”mesías” se aplica un rey, un ser humano, además un gentil, no judío. De alguna manera Ciro fungía el cargo de verdadero “pastor” del pueblo de Israel, al que se le permitía el retorno a la tierra.
Pero es claro que el “mesías” es un simple ser humano. Lo mismo ocurre con Zorobabel. Cuenta Paolo Sacchi en su Historia de Israel en la época del Segundo Templo (Trotta, Madrid, 2004, p. 51) que “Sesbasar, hijo de Joaquín, ocupaba el trono de Judá como rey vasallo cuando Ciro invadió Babilonia.
Por lo tanto, se considera a sí mismo el cumplimiento del Judaísmo, al ser Jesús el Mesías predicho por los profetas judíos. El Mesías vendría al mundo para restaurar la relación humana con Dios. Cuando Israel rechazó al Mesías, Dios extendió las bendiciones del Mesías a las naciones no judías (Los Gentiles). Este rechazo fue predicho antes de que Jesús naciera, y también la aceptación de Jesús en un futuro. Jesús fue identificado como “a quién fue traspasado”, vino al mundo para sufrir y morir por los pecados del mundo, y vendrá nuevamente en gloria y poder para reinar sobre las naciones. En el fin de los tiempos, las naciones pelearán contra Israel, y éste proclamará a Jesucristo como su Mesías.
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